domingo, 29 de septiembre de 2013

"En la Trinchera"


Nunca he entendido qué motiva a ciertos homínidos a pasar la vida entera acumulando riquezas. Posesiones y más posesiones materiales, que nunca serán suyas, muy al contrario, serán ellos los esclavos del patrimonio. Esa heredad del mismo averno entreverada en la carne cual gusano que devora la escasa humanidad con que nacieron. Será quizá algún extraño caso de sicopatología, o talvez un brote infeccioso susceptible de ser contagiado vía genética o por contacto venéreo, hacia aquellos otros elementos que suelen frecuentarlos en ese viaje hacia ninguna parte, excepto, claro está, hasta el vacío absoluto y la desconfianza más alarmante y, por consiguiente, nula empatía hacia sus semejantes...

Secretos, secretos y más secretos. Pero no hay secretos: ¡todos son el mismo! ¡La pasta! Es tan evidente, lector, que igual estarás pensando… Este tío escribe esto que escribe por pura envidia hacia esos ricos y poderosos… ¿seguro?, además, ¿están ellos seguros de tener el control absoluto? ¿Están seguros de la solidez de su riqueza? Modestamente, creo que para nada, o no tendrían esa incertidumbre, esa zozobra, ese miedo a perderlo. Si algo hay de cierto e ineludible en este juego del vivir, es la infalibilidad de la muerte... 

Me hizo una dolorosa gracia oír de boca de un multimillonario esta confesión: “Era tan pobre, tan pobre, que solo tenía dinero”, ¿verdad, Juan? No supe qué contestar, él se lo decía todo. Lo malo era que había llegado a esa conclusión escasos días antes de su cita puntual con la oscura dama de la guadaña. Pero sus palabras no terminaban de convencerlo ni convencerme, no se veía asumiendo la responsabilidad de haber tirado su vida, y la de los suyos, al pozo de basura del vil metal. Quizá, al final, tuvo una revelación, quizá por un instante comprendió el único misterio de la vida, entendió que estamos en este mundo para luchar contra nosotros mismos y derrotarnos, y desdecirnos, y renegar de nuestros pecados de cobardía y egoísmo. Me dio una pena inmensa aquel rico acabado, arruinado por su avaricia, ¡derrotado por el éxito! Había en sus palabras un halo de verdad pasajera, una mota de arrepentimiento que solo duró lo que tardó en ‘quedar bien’ conmigo y consigo mismo y desdecirse de su ‘extremaunción’. Otra vida perdida por el camino fácil, pensé, otra víctima de sí misma. Como algún sabio dijera: “Quien cambia felicidad por dinero, no podrá cambiar dinero por felicidad”.

Es el peaje que algunos han de cotizar por una vida de mentira contra sí mismos. Es el sobresaliente atractivo del ego. Ese virus de petulancia y exhibicionismo social: "La vanidad es sin duda mi pecado preferido" (Lucifer).  Cinismo de arriba hacia abajo, y total disponibilidad de los esclavos para alimentar el monstruo interno del poderoso. Es pensar que el pueblo ha de estar siempre sumiso y ‘ofrecío’, por si sus mayestáticas e ilustrísimas señorías tienen a bien hacernos el inmenso e impagable favor de jodernos la existencia. Es una movilización interior que muy pocos son capaces de entender y aceptar. Y muchos menos llegan a la victoria final, resignando su vida a la mera condición de utillaje prisionero. Todos somos prisioneros en esta con-tienda universal. Rehenes de la astucia y el desapego del ego que controla cada mente humana. Es el terror hacia nuestros miedos. Es la cierta soledad que se siente en la trinchera incierta la noche previa al valor. Es la agria sensación del abandono y la pérdida. La deserción de los ‘cercanos’. Una luna ensangrentada por la cobardía o la traición, o ambas.

Lejos del amilanamiento, lejos de la derrota previa a la batalla, lejos de la rabia hacia la retaguardia, aquí seguimos los pocos, los menos malos, los que vamos de frente, los ‘locos arriesgados’. Su espantada por la senda del humo solo acidifica por un instante esa luciérnaga ‘siempreviva’, y suma más argumentos para la victoria final. Ahora, junto al dolor de los muchos, junto a las dudas vencidas sobre lo legítimo de esta campaña, sobre la recompensa del corazón entregado a tanto enmascarado entre la masa sin forma, ahora añadiremos una nueva ‘misión imposible’. Es la voluntad de mantener viva la amistad, esa sinceridad perenne hacia los nuestros, aún desertores, incluso traidores, ¡son los camaradas! Lucharemos por todos, por ellos ¡también! Lucharemos para que nunca jamás vuelvan a retroceder por dentro, para redimir su imperdonable pero comprensible duda. Por los impresentes e impresentables de alma débil, de cuerpo frágil, como todo ser viviente. De limpia voz, lucharemos y ¡venceremos!; ahora también y sobre todo ¡por ell@s!...

La libertad es no poseer absoluta-mente nada, salvo a ti mism@. Las posesiones acaban poseyendo al hombre. La duda desquicia intramuros al humano. La duda es siempre la misma: ¿Pactar o no pactar con el diablo áureo?... Cual profetizase aquel ‘modesto carpintero’: “Mirad que yo os envío como ovejas en medio de lobos... Por tanto, sed astutos como las serpientes e inocentes como las palomas”Punto.


"Lobos con piel de cordero: son con diferencia los más sanguinarios"

"Fito & Fitipaldis" 'Feo'

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