sábado, 7 de marzo de 2009

L ´Ainsa


Quizá sea la plaza por excelencia. Solo sé que mi abuelo se amparó en sus soportales, allá por los años treinta del pasado siglo. Sus gentes amables, cordiales y hospitalarias supieron hacer más llevaderos los malos tragos que la guerra llevaba consigo. Y el abuelo quiso que yo la conociera, y así lo hice. Y no me defraudó, todo lo contrario... He visitado dicha población en numerosas ocasiones, siempre en compañía. La última vez hace tres años y en solitario. Y solo esta última vez, fui consciente de la presencia, entre sus piedras, de lo que trataba de mostrarme el abuelo. Quizá fuese porque mi atención estaba más predispuesta a ello, no lo sé. Lo cierto es que en esta visita mis sentimientos y mi emotividad estaban más a flor de piel que nunca. Llegué una mañana de verano, mediado el mes Juliano, me senté en la terraza de un antiguo café, enclavado bajo una de aquellas añosas arcadas de piedra. Pedí un desayuno ligero, tostadas y café con leche, nada especial, soy un clásico. Y estando allí, disfrutando de mi primera comida del día, solo en la plaza, - Era bastante temprano y los demás turistas no habían hecho acto de insolencia aún - entre un sorbo del café y una voluta del humo de mi cigarrillo, sentí, más cerca que nunca, la presencia del abuelo.
Y él me guió, desde los recuerdos sobre su guerra tan particular, y que tantas y tantas veces nos relatara a mis hermanos y a mí, él me condujo por las calles del aquel pueblo. Me habló de sentimientos de terror en las trincheras cercanas, del dolor que rasgaba su pecho al ver caer a un camarada, de las noches eternas buscando guarecerse de la dantesca lluvia de los mortales obuses. Me habló de su mano quebrada al intentar cruzar un río helado, y de como fue a parar a aquel pueblecillo, para reponerse de las heridas. Me contó sus muchas noches pasadas en la austera cripta bajo la extraordinaria iglesia románica. Me relató, al fin, los cuidados que aquellas gentes tan sencillas y hospitalarias le profesaron hasta que tuvo que volver al infierno de la guerra. Y entendí, al fin, la insistencia de mi abuelo para que conociera aquel pueblo.
Por cierto, el pueblo se llama  ' L´Ainsa ' , y está ubicado en el prepirineo aragonés. Si os pilla de paso, no dejéis de disfrutar de sus maravillosos rincones y de su inconmensurable gastronomía, amén de sus espléndidas gentes.

J.S.P - 7-3-2009




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