Juan Sánchez.
Los pensamientos tienen forma, color, aroma, regusto y hasta
ruido. Nos rodean, nos capturan, nos ayudan, nos salvan y destruyen. Somos
aquello que pensamos, eso que sentimos. Aquello que trasmitimos a los demás y al
cambio recibimos. Es el secreto de este mundo extraño plagado de seres que se
comportan unos contra otros como ásperos extraños. Es ese ego que tanto nos
lastra y esclaviza. Es la agonía perpetua que llevamos dentro, la zozobra del
miedo, la falacia del valor, el azaroso capricho de unos dioses mundanos que no
se cansan de jugar a los dados...
Esos dioses son nuestros egos, los dados son cada jugada, o
jugarreta que hacemos a quienes nos soportan, nos rodean, nos aman o repudian.
Una partida de mocosos jugando a ser titanes en un laberinto de pensamientos a
cual de ellos menos cierto. Somos gilipollas por derecho inalienable, por
constitución y por heredad de nuestros antepasados, tan gilipollas como todos.
Tan corrompidos por la materialidad de un mundo material con ideas materiales,
aspiraciones y revoluciones materiales para ignorantes monos materiales. Donde
nada se hace por amor al ‘arte’, y cada cual trata de arrimar el fuego a su
caverna interior.
Nada es gratuito, todo cuesta un huevo y la yema del otro, o
de los otros. Y cada día que pasa se nos viene encima un morlaco: una lidia
contra nosotros mismos. Una regata de galeones bucaneros y piratas, repletos de
ratas que desertan de ante la mínima brisa. Las ratas y los monos aulladores
son el subproducto de las alimañas que viven vampirizando la escasa inteligencia
que remonta el río. El valor de desdecirse de uno mismo y reconocer que se
estaba equivocado, que los ríos no llevan indefectiblemente al océano del
conocimiento. Que los arroyuelos nacidos en las altas cumbres suelen terminar
cuajaditos de porquería: porque-quería, quería aquello, esto, lo otro, lo del
vecino y lo de más allá. E hizo lo necesario e innecesario, lo justo y lo
injusto, lo deshonesto y podrido de egoísmo para conseguirlo. Los ríos hueros cambian
de curso según convenga al mínimo intelecto. Según resoplen los remolinos pancistas
y los grajos que planean dentro. Las aguas tuertas gritan mil nombres del zombi
ahogado en la ciénaga de la cobardía y la mezquindad.
Existen algunos hombres buenos. Escasos, justos de mañanas
van sorteando la im-pedancia (De pedantes) del oropel. Marchan cabizbajos al
amanecer, y las gaviotas y los gatos güeros se acercan a charlar con ellos.
Existen algunos hombres sinceros, de los que miran de frente y a los ojos, de
los que aguantan el temporal cuando nadie quiere volar tan lejos. Y las gaviotas
que marchan tierra adentro, esas que buscan en la basura de su miedo, graznan
sin pararse a mirar la miseria que llevan dentro. Y se dejan adormecer por el viento
cadavérico, por el aire airado, por busconas de velos negros.
Existen algunos hombres nuevos que van marchando muy lejos.
Nada les retiene, nada les reclama en esta maldita tierra de monos gritones y
bucaneros avarientos.
Lo que haya de ser ya ha sido. No hay retorno posible, ni
renuencia al destino, ni palabra que muera por el camino. Reluctancia y/o
atracción. Secreto y mentira son lo mismo. Nada se oculta de nosotros mismos,
nada queda atrás ni volverá a encontrarnos al alba. Todo es presente: un regalo
de ese dios olvidado que habita en los sueños que jamás soñamos. Los
pensamientos tienen forma, y somos lo que pensamos: “Luz o gusano”. ¡Tú
mismo!
27/6/2013
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