jueves, 4 de marzo de 2010

24 horas en la isla...

(El barco)

LA TRAVESÍA DE UNA GÉLIDA TARDE DE INVIERNO:

Atardece en el canal de la Mancha. En algún lugar entre las terribles aguas que unen o separan, según se mire, Dover de Caláis. Hace frío, mucho frío, pero los indígenas, guiris por más señas, no parecen notarlo. Será quizá por la baja graduación de sangre en su sistema alcohólico. No paran quietos, ni mayores ni pequeños autóctonos o refugiados de la isla. Me ha costado dios y ayuda disparar mi cámara para hacer esa foto y, para más Inri, este portugués cansino no para de hacer burbujas con mi cerebelo. Menudo plasta el tío. Pero lleva toda su razón; toda la razón que puede llevar un 'patricio' canseras como él: sufrido padre de familia enganchado en la 'rosca', ¡camionero! La cosa está muy mal, no para de decirme. Que si los rusos, que si los rumanos, que si los albaneses,… todos chóferes de idénticas roscas, que les están quitando el curro a los 'patricios'. Pero vosotros se lo habéis quitado antes a los españoles, le digo, no es lo mismo, no es lo mismo, responde. Pero yo no estoy tan seguro. La cosa está mal por todas partes; unos peor que otros, pero nadie se dedica a tirar cohetes de alegría para celebrar sus condiciones laborales. Al menos tú tienes trabajo, sentencio a modo de despedida, cuando descendemos hasta la gigantesca y mugrosa bodega del barco donde disfrutan del merecido descanso del guerrero esos mastodontes de cuarenta toneladas que deambulan incansables (Mientras no les falte gasóleo y financiación) por la evidente pero desconocida senda de los elefantes...


(Una fábrica de nubes)

UN DÍA EN LA ISLA DE LOS 'INDÍGENAS':

Estos guiris son tremendos, políticamente correctos (Menos cuando van pedo), pero tremendos. Eficientes, minuciosos y municionados cual rauda ametralladora de mil palabrejas que nadie entiende. Al menos un españolito de a píe, como yo, que estudió franchutes en aquel remoto colegio de los padres salesianos.

Domingo, cinco y media de la mañana en la Europa continental, cuatro y media en la isla. Aún no han puesto las calles en el Reino Unido (UK), o tal vez si. Otra cosa sería en España, seguro que el empleado municipal encargado de ponerlas, estaría con un resacón de aquí te espero de la noche de farra pasada, o se le olvida, o está en el bar tomando su sagrado carajillo, o almorzando bien de mañana (Siempre están almorzando, no me lo explico). Pero los ingleses no necesitan alcohol, lo llevan puesto de serie. Por eso madrugan tanto, incluso los domingos de guardar, será por su iglesia anglicana, será. No sé, digo yo. Salimos camuflados entre la persistente y pegajosa niebla londinense. London ha estado algunos años sin su famosa niebla, sería por cuestión de presupuesto. Ahora vuelven a tenerla, seguro que importada desde china, no me extrañaría lo más mínimo. ¡Estos chinos! Avanza la mañana, poco a poco, se nota que es domingo para nosotros los españoles, incluso en Londres, llevamos el reloj vital a diferente velocidad, yo diría con mas 'mersa', mondongo, pachorra, etc. Pero ellos no. Ya están en el tajo, incluso los domingos. Cosa extraña e impensable para los Íberos. ¡Estos guiris! La cosa no pinta nada mal, a quien madruga el arzobispo de Canterbury la ayuda, digo yo. Al menos en 'guirilandia'. Autopistas, rotondas, carreteras nacionales, y todo, todo, ¡por la izquierda! Manda Güevos. ¿Cómo se toma una diminuta rotonda girando a la inversa con un camión de cuarenta toneladas? Pues muy fácil y elemental, querido Watson: ¡Rezando todo lo que sepas, idiota! En esas estamos, parece que los ingleses inventaron las rotondas, las tienen todas, no falta ni una. Yo creo que para sacar al perro a cagar -Scottish Terrier, ¡of course!- hay que tomar varias rotondas. No te digo...


(El túnel del tiempo)

AL FIN EL REPOSO, A TODA PRISA:

De vuelta en el mar. Misión cumplida. Rumbo a la France, Caláis en la derrota. El barco, otro barco, mismos destinos. ¡El descanso! Al menos lo que dura la travesía. Comedor de ‘Les routiers’, suculentas viandas. Bueno, no tanto, pero al menos generosas. Comida guiri… once de la mañana, ¡a comer! hasta hincharse, que luego no se para. Menudo descanso más apresurado. Ç´est la vie. La vida del camionero, a salto de mata, a paso de rueda. La mercancía debe llegar a tiempo. ¡Y siempre llega!

Vuelve la noche, esta vez en la periferia de París. Un área de servicio más, una ciudad como tantas otras (Algo más grande, eso si. Y más luminosa, también. Pero una ciudad al fin). Cena fría de cajón, una ducha y a dormir. Dejar descansar a la rosca con su cargamento de ‘Pommes de Terre’ de Normandía con destino a las Hispanias. Menudo trasiego de patatas. Europa entera está sembrada de camiones que transportan patatas de un país a otro. Toda una incógnita para moi. La parisina que atiende la cafetería se ajusta al cliché que todos tenemos sobre las parisinas. Para mi gusto algo flaca de más, y algo estirada también. Como dice una amiga: Parisinas, altivas y de una elegante delgadez. Si, puede ser, pero flacas, ¡también!

Las patatas están donde deben estar, en su destino. Los ánimos algo consumidos por esta larga travesía. Un mundo fuera del mundo, un orbe hecho de asfalto, dinosaurios de acero y gasóleo A. Caminos para los caminantes que no descansan, burras que cargan sumisas lo que se puede. Horas inacabables dando cuerda al cronómetro que ansía volver a casa. Un teléfono que suena en la cabina-hotel: ¡Ya tienes carga!

(A mi hermano Jose)

JSP 2.1- París: 22/2/2010

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