miércoles, 9 de septiembre de 2009

Ladran, luego ¡cabalgamos!


“Ladran, luego… ¡Cabalgamos!”

Tenía dos posibles títulos para este artículo: “Rumore, rumore, rumore” y este por el que me he decantado finalmente: “Ladran, luego… ¡Cabalgamos!”. En fin, que más se podría decir al respecto, solo que es el pan nuestro de cada día - los rumores, claro está. Incluso se han sacado canciones mostrando este fenómeno tan idiotizante, esta desafortunada herencia patria que hace tanto daño como tantos gozos biliosos proporciona a sus protagonistas.

No recuerdo el hecho de ser testigo de ningún corrillo de maruj@s, donde no se despellejara, literalmente, al pobre infeliz de moda para la Vox Populis. (Como en la película de Miguel Ligero, cuando se acerca a ese corrillo de comadres, se agacha delante de ellas, y hace como que recoge cosas del suelo. Una de las marujas le pregunta: ¿Que haces, Miguel? Y él responde: ¡Recogiendo los pellejos!) Pero tampoco es necesario cebarnos con las pobres y tan denostadas marujas, pues esta frenética moda del cotilleo abarca todos los ámbitos y situaciones de nuestra sociedad. Desde los centros de trabajo, los lugares de ocio, nuestros hogares, nuestro tiempo de descanso o la mas suculentas pitanzas de los business.

Sé que hay muchos elementos y elementas que hacen uso de ese arma de destrucción personal – El descrédito o la difamación – para su provecho malintencionado, para medrar en sus carreras profesionales, para subir peldaños a vista de sus jefes, de sus vecinos, o de la chica / chico a quien se pretende impresionar y que está siendo cortejad@, a su vez, por algún molesto rival. Por lo visto, el fin siempre justifica los medios, aunque estos medios sean la destrucción y la aniquilación de la persona víctima de nuestro escarnio, chismes, calumnias o como mínimo desprecio destructivo. Siempre se trata de hacer mal al otro cuando se le critica, en la mayoría de los casos por celos, envidia o como vendetta personal. Siempre existe un corrompido trasfondo que empuja a quien cotillea hacia el ominoso e ignominioso abismo del daño hecho sin dar la jeta, de esconder la mano tras haber tirado la piedra, de parapetarse tras los rumores para infligir castigo a quien no se puede vencer frente a frente, dando la cara en una lid justa, caballeresca, legal, transparente y equitativa.

Es mejor hablar entre las sombras, cuando nuestra víctima no se puede defender, cuando tenemos el aliento y el apoyo de nuestros interlocutores, cómplices, ellos mismos, del mismo crimen que se está perpetrando al fétido amparo de la mesa camilla y el brasero de nuestra salita de estar, tan coqueta, tan pura, tan secreta y tan asquerosa como la lengua bífida de una víbora cornuda cualesquiera – Las mesas camillas de l@s cotillas, se pueden instalar, incluso, en el más afamado restaurante, cafetería o despacho municipal de cualquier población de este país de alcahuet@s, correveidiles / correveidilas, celestin@s y lengüilargas donde nos ha tocado en suertes sobrevivir –

Pero he preferido el otro título para esta perorata. Pues presenta un lado distinto del mismo malicioso fenómeno social. Retoba de esperanza la andadura de nuestra vida cotidiana; es una sensación de batalla inminente, un grito de aliento para quien pende del abismo que abre ante sí el cruelmente planificado cotilleo. A la par que referencia una sensación de indiferencia, un decir que nos resbala, un mirar con lástima a quienes derrochan y destruyen su vida entre vomitivas sobremesas, incitadas por la carencia de contenido sustancial en sus vulgares existencias. O, dicho de otro modo, son tan pobres como personas que llenan su tiempo demostrando las envidias y las propias frustraciones por no poder llegar a ser como aquellos a quienes critican. Y ellos – Los criticados - les sueltan: “Me importa un güevo de mico vuestros chismorreos, míseros desgraciados”

Porque cuando se avanza, cuando se dedica la vida a una empresa existencial, cuando se tienen claros nuestros deseos, cuando ponemos todo nuestro empeño en lograr unos objetivos personales, emocionales, profesionales e intelectuales, ciertamente, queda muy poco tiempo para dedicarse al cotilleo. Labor para la cual se ha de tener un grado sumo de ignorancia, malas entrañas, peor sangre y mucho tiempo libre. Ya lo dice el refrán: “Cuando el diablo no tiene nada que hacer, con el rabo mata moscas”. Lo malo es que te salga una mosca respondona, una mosca con las ideas muy claras y sobre todo inquebrantables, una mosca que sepa decirte: Q.T.D.N, ¡Subnormal profund@!

He hoyado muchos caminos, – Casi todos - he plantado campamento a lo largo y ancho de toda la geografía nacional, he visto muchas ciudades, pueblos, mares, campos, he hablado con miles de personas y compartido su pan, he sentido el calor sincero de la hospitalidad y el hielo candente del rechazo. Hay fronteras dentro de los corazones, hay senderos que llevan hacia el abismo, hay personas que albergan desiertos, desiertos que llenan con la maldad que corroe sus médulas.

Hice y sigo haciendo mil planes para mi vida, proyectos para acompañarme a lo largo del sinuoso camino. Camino que no sé donde acaba, y tampoco me importa demasiado, lo importante es el viaje no el destino. Y como dice Eduardo Galeano: - Sé que persigo una Utopía. Si ando diez pasos, ella, diez pasos se aleja de mí, si camino cien pasos ella se aleja otros cien. Sé que nunca la alcanzaré, pero para eso sirven las utopías: ¡para caminar!

Llenar nuestro tiempo, sacar el máximo partido a la partida: probar, saborear, sentir, amar, gozar, sufrir, soñar, perder, ganar; ¿Qué más da?. ¡Vivir!, ¡siempre!, vivir para vivir, no desperdiciar ni un solo instante. Que el tedio o la desidia no hagan presa en nuestro ánimo, que no nos veamos, nunca, cual barco naufragado. Se puede caer, pero no se puede caer eternamente, y uno se vuelve a levantar, vuelve a caminar, vuelve a soñar y vuelve a cabalgar…

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