martes, 18 de agosto de 2009

Brave Hearth 2


“Brave Heart” (2ª Parte)

…Y haciendo caso omiso de mí, algo obsesivo, sentido de la armonía y el buen gusto, me adentré en los secretos de aquella casita de “Hansel y Gretel”, que no era más que un hotelito encantador y escrupulosamente distribuido, en sus interioridades, con todos los aditamentos y el singular sentido de la decoración típicamente inglés. (Muy recargado y pasado de “plasma”)

Aún así, me gustó mucho, muchísimo: las maderas nobles de la barra con altillo de diminutos balaustres del rojizo “Alerce” muy trabajado, los estilizados taburetes, que fortificaban el mostrador, de asientos de piel escarlata y bruñidos adornos , el repensado recibidor de entrada al establecimiento, que daba acceso al bar, Púb, o lo que fuera. Un saloncito muy recogido y discreto, aledaño a la barra, donde daban buena cuenta de unas “pintas” varias simpáticas y jocosas mozuelas, que supuse eran de la aldea, (Pero que vaya usted a saber de donde mamaron su primera leche). El final del bar se cerraba en una añosa puerta de roble que franqueaba el paso a lo que se entreveía como el salón comedor, y al asomarse se descubría una estancia donde predominaban los colores cálidos, quizás como contrapunto al gélido ambiente dominante en la región. Destacaban los ventanales guardados por unos visillos de evidente labor artesana, mobiliario típico y mantelerías a juego con el entorno. Más debo decir que el conjunto tenía un entrañable aire de íntima salvaguarda, como un escenario preparado para los amoríos clandestinos, escapadas de 'neoenamorados' (Párvulos de la escuela del amor y las artes amatorias), nidito de arrumacos y complicidad para con sus huéspedes.

Después de fisgonear un poco, o un mucho (Se tuvo que notar que soy de pueblo, concretamente de “Santiago y Zaraiche”), después de saludar a la muchachumbre del lugar presente en el bar, con un inglés de torpeza en grado sumo, oxidado y ortopédico, quise pedir una buena cerveza, fresca, sabrosa, espesa y bruna, una Guinness por ejemplo, que aunque no sea escocesa a mí siempre me lo ha parecido, será quizás por mi apego emocional hacia aquellas tierras recónditas e idealizadas por mi, siempre laboriosa, imaginación (¡Es irlandesa!, Dublinesa, la Guinness, lo anoto aquí para que sirva de orientación a los barrigudos cerveceros faltos de ilustración al respecto, aunque dudo mucho que, dichos gourmets del zumo de cebada, desconozcan ese dato).

El caso es que no había presencia alguna tras la barra, un vacío típico, por lo general, en los pueblos más desconocidos y menos hollados por el, siempre carroñero, turista urbanita, o, talvez fuese, que el pobre hombre que ponía las copas había ido a satisfacer alguna necesidad intestinal muy acuciante. Las mozalbetas, que realmente no lo eran tanto, avizoras y muy cotillas ellas, se percataron de mi desazón y mi desorientación sobre las costumbres del lugar. - ¡Ring the bell! .Dijeron, ellas, al unísono - What bell?. Pregunté, algo confuso. A lo que ellas respondieron señalando el mostrador. Y allí, en el centro de la barra, había una evidente campana de bronce, de las muy usuales en los barcos de pesca de todo el mundo. Hice ademán de cogerla para hacerla sonar (Ring the bell) y las <<ladys>> se partieron el culo de la risa….

La jodida campana estaba pegada, atornillada o soldada al puto mostrador. Pero yo no debía ser el primero en picar, eso se notaba en la cara de aquellas pánfilas. Y me vinieron a la mente dos explicaciones diferentes para lo sucedido: o bien era una muestra del típico humor inglés, o por aquellos lares también pululan elementos mangantes, y desaprensivos amos de lo ajeno, (Como en todos lados, ¡coño!, como en todos lados. Eso decía mi amigo el camionero, en un artículo anterior), o ambas cosas a la vez.

Junto a los grifos de cerveza, había un pequeño “Gong” (Ese curioso artilugio oriental), que desentonaba enormemente entre aquella decoración decimonónica, y era esa la 'campana' que había que zamarrear, pero las hijas de la gran bretaña aquellas, solo te lo decían tras haber hecho el pardillo con el otro batintín. Con más ganas de cachondeo por mi parte, hice uso del platillo metálico en varias ocasiones, llamando, así, la atención del mesonero escocés. Se presentó en la barra, al oír el escándalo, una figura bajita, regordeta, tocada con una espesa barba mofletuda y canosa, y ataviado con la indumentaria folclórica de aquel país: falda escocesa (Kilts), de un llamativo 'Tartan',(Tejido a cuadros que da forma a la prenda y cuyo dibujo define la pertenencia a un determinado 'Clann'), largos y gruesos calcetines con la misma trama, camisa blanca, chaqueta con botonadura dorada y gorrito con pompón y toda la parafernalia. Lo cual no me extrañó ni un pelo. Todo, por aquellos lares, estaba pintado a cuadros escoceses.

Conteniendo mi risa, alentada por la cizaña de aquellas mindangas angloparlantes, pedí una caña, mejor dicho, media 'pinta', que viene a ser lo mismo, - Half a pint, please. Me sorprendí, a mí mismo, chapurreando un inglés sacado de aquellas entrañables películas de Alfredo Landa. Pero surtió efecto, y el gnomo vestido de fiesta me puso una caña de una enturbiada cerveza rojiza, que parecía…, bueno no voy a decir lo que parecía. Hacía un relativo calor, y la cerveza entraba de muerte: - one more please, other, and other…. No sé cuantas, se estaba en la gloria en aquella terraza cubierta por las horrorosas sombrillas playeras, donde me aposente para mejor observar aquel paisaje rural tan diferente (Tan Guiri), pero tan familiar a mi imaginación.

Y cogí el teléfono móvil, era el momento exacto de hacer una llamada, una llamada que llevaba posponiendo siete inacabables años, siete años de yerros y absurda obsesión, ochenta y cuatro meses, trescientas setenta y ocho semanas, dos mil quinientos cincuenta y seis días con sus tantas noches. Una llamada que iba a vencer todas las tormentas pasadas, una voz que, desde los tres mil quinientos kilómetros que nos separaban, acercaría nuestras palabras, que no nuestros distantes corazones. Un discurso mil veces repensado, unos sencillos pensamientos afinados, pulidos, concretos, directos y reveladores de mi verdad. Verdad con letras de neón, destellantes ideas que no se habían disuelto en el mar de la indiferencia que separó nuestras vidas.

En todo eso pensaba mientras saboreaba la enésima pinta, aquel néctar divino, madurado en la ignorancia de mis tribulaciones. Cogí el teléfono, busqué su número en la agenda y, antes de darle a la tecla de llamada, miré aquella half pint de cerveza, tan 'turbia' como ella.

¡No merece la pena!, pensé …y colgué. Y, no sé como, se coló en mi reflexión lo del valeroso corazón Escocés: "Brave hearth", a la vez que sonaba, en mi mente, aquella famosa copla de mediados del siglo pasado: “Están clavadas dos cruces/ en el monte del olvido/ por dos amores que han muerto/ si haberse comprendido…”

La cerveza estaba cojonuda: - ¡One more, please!.

J.S.P - 2008

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