miércoles, 10 de junio de 2009

La bestia humana


La Bestia humana”

Cada día más, saltan a la prensa noticias escalofriantes sobre tal o cual crimen, suceso o desenlace sanguinario, abominable y atroz. Y todos nos echamos las manos a la cabeza y, dándonos golpes de pecho, sentimos las tripas revueltas. Encontramos en cada nueva felonía una disculpa para demonizar al autor/ autores que han llegado a ejecutar esa horrenda perversión. Decimos que no son seres humanos, que se asemejan a animales, bestias incontroladas, seres luciferinos, engendros de execrable caracterización y actos repugnantes. Y estoy totalmente de acuerdo con dichas afirmaciones, incluso yo diría aún más, yo diría que no son seres, ni humanos ni de ninguna otra especie, son alguna clase de “avatares”, algún tipo de paradojas atemporales, que, colándose en nuestra realidad, rompen el velo de la cordura que todo lo envuelve. Y esto quedaría muy bien en un artículo, quedaría cojonudamente bien, muy locuaz, muy impactante, ¡muy mierdoso!.

Parece mentira que no recordemos nuestra memoria histórica, reciente o menos reciente, parece un cachondeo que nos sintamos asqueados con dichos actos, que tengamos ganas de vomitar o, en el peor de los casos, tomemos la espada vengadora para ajusticiar al tal engendro. Y es que esos actos siempre remueven las conciencias, siempre hacen saltar una alarma en nuestro interior que nos dice: ¡cuidado!, eso no se hace, eso no se dice, eso no se toca. Y no queremos volver la vista atrás para no quedarnos pasmados con la triste trayectoria de esta raza de seres, que, desde siempre, hemos sido unos depredadores fríos, calculadores y gratuitos para con nosotros mismos.

Baste echar una ojeada a los libros de historia. La trayectoria humana está plagada, cuajadita, atiborrada de toda clase de abominaciones, desde los albores de nuestra existencia: Guerras, conquistas sanguinarias, dominaciones, masacres, genocidios, exterminios, violaciones y todos los demás “curiosos” eventos que nos han traído hasta nuestros maravillosos días. Por eso me llama tanto la atención que, tras un crimen más, nos escandalicemos tan visiblemente, tan radicalmente, tan hipócritamente. ¡No!, no es que justifique, o trate de justificar, en modo alguno, dicha aberración, no, no es eso, es sencillamente que me sorprende esa reacción tan antinatural y calculada en esta raza de bestias que somos los humanos. “Mata a unos pocos, y te llamarán asesino. Mata a millones, y te llamarán conquistador”. (Del film “Seven”, no hay que perdérselo)

La abominación, las maneras ominosas, la crueldad, la iniquidad siempre han estado en los genes de la raza humana. Por eso, no me sorprende cuando una alimaña coge a un niño y, tras hacer con él todas las vejaciones que se le antojan, lo descuartiza y lo arroja en cualquier contenedor de basura. ¿Cómo se podría justificar o entender, tal acto de maldad?. Nunca se podrá excusar o comprender, nunca, ¡jamás!. Lo que me extraña es la mojigata sorpresa de la sociedad ante tamaño acto de perversidad, como diciendo: eso no es posible, no es real, no cabe en nuestra cabeza, ¡que barbaridad!.

Sí, ya sé que me diréis, que estamos progresando en mentalidad, que estamos evolucionando, que estamos enmendando nuestros errores pasados, que somos más cultos, más modernos, que el hombre actual reniega de su pasado de sanguinario y feroz animal, que estamos cada día más cerca de la luz.¡Y una mierda!, ¡una real mierda! (No me gusta abusar de esta u otra palabra similar, queda muy vulgar y soez, pero hay veces que es inevitable, porque es el término justo).

Y es que yo quisiera creer en el hombre, el hombre con mayúsculas, quisiera creer en la humanidad, quisiera creer que esas afirmaciones de madurez de la especie son una realidad, que no son solo volutas de humo grisáceo que quedan muy bien en los telediarios y las tertulias televisivas. Quisiera no ver jamás una mirada de crueldad en los ojos de un ser humano, desearía no sentir, nunca más, esa lluvia ácida que engendra la ira y que se cierne sobre nuestros hogares, quisiera ver la sonrisa de un niño cualquiera, de cualquier país, sin preguntarme a cuantas personas tendrá que matar en una futura y encarnizada contienda. Quisiera, quisiera…

Pero me levanto, cada mañana, y lo primero que oye mi corazón son las desgracias que se cuelan a través del televisor, la radio, la prensa u otro medio de comunicación en mi, desde ese momento, amargo desayuno. Y me vienen a la mente las imágenes de aquel niño asesinado, y pienso: ¡es que somos así!, ¡mierda!.

J.S.P - 2008

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