jueves, 26 de marzo de 2009

'La décimoprimera dimensión'



‘La décimoprimera dimensión’

Dicen los científicos, según sus últimos estudios y desarrollos cosmogónicos, que campamos, más o menos a nuestras anchas, por un universo de once dimensiones. Que yo me pregunto, para qué tantas doña madre. Es que no tenemos suficientes con tres o cuatro, cinco, bueno no seamos rácanos, pongamos ocho, que es un número doblemente redondo. Pues no señor, ellos siguen empecinados en que son once. ¡Ala!, venga derroche de dimensiones, y que le vayan dando a la crisis.

No voy a entrar en complejos despliegues de fórmulas matemáticas, físicas, mecánico-cuánticas, gravitacionales, electromagnéticas, relativistas, infinitas, infinitesimales o de cualquiera otra índole, con la complejidad de un galimatías rompe-sesos, o de una desquiciante sesión de onanismo mental del porqué de esas conclusiones tan sorprendentes. Entre otras cosas, porque yo tampoco entiendo dichas conclusiones, al margen de que me quedara dormido a mitad del programa televisivo, que explicaba como un libro cerrado esas teorías tan incomprensibles para el más común de los mortales. Pero algo se quedó gravado en mi subconsciente mientras estaba transpuesto. Y al despertar de mi profunda meditación, yo mismo alucinaba con la posibilidad de ese jeroglífico universo de once dimensiones.

El caso es que durante muchos años se apuntó dicha posibilidad, pero el menda que lo proponía no era del agrado de la comunidad científica, o sus modales no eran lo política o logarítmicamente correctos. O iba de chulito, que todo puede ser. Y el pobre hombre se comía los mocos en su universidad relegado al ostracismo más absoluto en el mundo de los cerebritos. Luego, sus detractores empollones, se hicieron la picha un lío con sus particulares teorías, no les cuadraban los cálculos, no les salían las cuentas ni para pagar el bocata de media mañana (Pero eso es porque algún listillo, que entre ellos hay alguno que otro, no ponía su parte para que su almuerzo le saliera por el morro). En fin, uno de ellos – Se ve que era cuñado del otro tipo, – rescató de la miseria a su hermano putativo, el leproso y apestado de la décimoprimera, y como por arte de Birli Birloque todo empezó a encajar en la diez más una dimensión. Et voilá, ¡Eureka! (¡Lo encontré!, que dijera Arquímedes). No querías chocolate, pues toma ¡once tazas! Y el otro pavo se puso más chulo que un ocho, o un once en este caso, y con toda la razón. Y de esta manera tan convenientemente apañada se acabaron los malos rollos entre ellos.

Hasta esos momentos, la décima dimensión, estaba petada de peña científica, había overbooking, no cabía ni un alfiler, estaba de moda, era lo más In, lo mega de lo más. Todo el mundo había invertido en la décima dimensión. La fiebre consumista novedosa es así, aunque solo sea una milonga. Y tuvieron que vender aprisa y corriendo sus acciones para no quedar fuera de la vanguardia cerebril. Y la pobre décima se quedó más sola que la una, la una dimensión claro. Nadie habla de la una, ¡que desagradecidos!, ¿Qué sería de este mundo, u otros mundos, sin la primera dimensión? Chúpate esa cerebrito de la número once.

Y llegado a este punto de mi disentería mental, me aventuré un poco más en mis elucubraciones y tribulaciones metafísicas… Soy persona solitaria por la influencia de mi personalidad y por las muchas (Iba a decir putadas, pero no lo voy a decir) jugarretas que mi Body y mi vida ha tenido que apechugar como parte de mi relación con ciertos seres (Iba a decir cabrones, pero no se me va a ocurrir) de manifiesta e insoportable levedad para, finalmente, digerirlo y expulsarlo. Como digo, soy un eremita por voluntad propia (Que no tiene nada que ver con ‘mariquita’. Que ya nos vamos conociendo) y busco, siempre que me dejan, un ignoto rincón del mundo donde lamer mis heridas y tratar de reponer y mantener mi entredicha cordura. Por eso pensé, que bien me vendría, nos vendría a muchos, innumerables seres como yo, una dimensión de esas donde no para ni dios (Esto último lo digo de forma literal, ¿comprendes lector?, vale). Una dimensión ajena al crispante bullicio de la demencia colectiva que enfanga nuestra sociedad, una dimensión prohibida para esos elementos que envenenan nuestros corazones, un lugar nada apetecible para esos bichos alienígenas que habitan impunemente este planeta, infectándolo con el virus de la humanidad más inhumana. Traducido al 'Romance Paladino': un lugar como el mítico 'Shangri-la', con un portero a la entrada armado con unas manos como palas de retroexcavadora, para dar unos getazos de libro Guinness cuando algún sinvergüenza intentase traspasar sus límites. Que bien les vendría a tantos y tantos seres humanos, que sufren la iniquidad de sus congéneres, encontrar un sitio así. Una de esas dimensiones de las que nadie ha oído ni hablar y que no están, ni estarán nunca, de moda para los otros hombres cuyo corazón está más muerto que los pies de Lázaro, justo antes de ser resucitado por Jesús.

¿Qué os parece la idea? Ahora va el lumbreras de turno y me suelta: ¡Márchate ya tío raro! o payaso, o ¡gilipollas! Sobre este ‘cariñoso’ apelativo he de decir que llevan parte de razón, soy un gilipollas con moderación, un gilipollas moderado – Lo justo, vamos -. Que no como otros, que lo son con avaricia: 'Avariviosamente gilipollas'. Pero no pasa ná, qué serlo, ¡lo son!, pero que no pasa ná. Pero no pasando ná, serlo, ¡lo son!. Yo los llamo ‘Clocozorros’, que es lo inverso de ‘Zorroclocos’; y este último es ese tipo ladino que se hace el gilipuertas para sacar beneficio de la codicia y la maldad ajena (Según ‘El gran libro de los insultos’, del ilustre catedrático D. Pancracio Celdrán). Existen tantos tipos de tipejos…

De todas formas, a esos cerebritos del tres al cuarto, se les escapa de sus cálculos una dimensión menos tangible, pero mucho más real que las suyas, tan teóricas e indemostrables. Me refiero a la inconmensurable infinitud del pensamiento humano. Quizá sea esa la dimensión por excelencia, la única dimensión existente, la única existencia cierta, y todo lo demás sea fruto de ese inagotable manantial de realidades que es la imaginación humana. En definitiva, talvez solo seamos ‘Ingrávidos pensamientos a la deriva, en un piélago de eternidades’.

O talvez no, ¿Quí lo sá?

J.S.P – 13-3-2009

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