martes, 10 de febrero de 2009

'La insoportable levedad de algunos seres'



“La insoportable levedad de algunos seres”


Es curioso, extraño, paradójico, incluso, yo diría que exasperante, comprobar que existen determinadas circunstancias, situaciones o acontecimientos, que por mucho empeño que pongamos para que no se realicen, todo, todo acaba desembocando en ellos. Es la archiconocida ley de “Murphy”: aquello de que si algo puede salir mal, con toda seguridad saldrá peor. Pero, en el caso que tratamos, con toda la mala ostia del mundo.

Es la desesperación sublimada a la máxima potencia; es despertarte una mañana y comprobar que todo aquello que parecía tan seguro, todo por lo que has luchado una vida entera, se disuelve en un océano de excrementos, explota como un globo lleno de humo, y tu vida al completo se difumina arrastrada por un arisco y pestilente huracán de traiciones e iniquidad (Aunque eso lo sabrás mucho tiempo después de la tormenta, cuando llegue nuevamente la calma).

Y es que la vida parece conjurarse, a veces, para que cualquier cosa que trates de hacer o conseguir se tuerza de tal manera, que solo te queden ganas de darte topazos contra la pared más cercana. ¿Será el destino?, quizás, será una escaramuza de los avatares que, de tan traviesos que son, olvidan que están jugando con un ser humano, con sus sentimientos, su inteligencia y su cordura. Será, será, será…. ¡Uy! lo que será.

Te ves envuelto por una lluvia ácida, cáustica, corrosiva que te lleva hasta el portal de la demencia, te coloca, como quien no quiere la cosa, entre la espada y una pared llena, a su vez, de más tizonas. Y allí estás tú, con esa cara de incredulidad, esa cara de estúpido que piensa que eso no le puede estar pasando a él. Pero sí, ¡te está pasando!, está arrasando tu vida como una apisonadora que te arroyase, dejando de tu persona una amarga mancha macilenta sobre el sendero de asfalto hirviente en que se ha convertido tu existencia. Y no hay ser humano capaz de soportar, por mucho tiempo, los pegotes del abrasador galipote que te salpican a cada paso que intentas dar para esquivar tu destino. Es tu realidad, aunque trates de eludirla, te perseguirá como una mosca que busca la porquería para poner sus huevos y perpetuar su especie. Lo jodido es que la mosca que te persigue a ti es, ni más ni menos, del tamaño de todo el universo.

Hay días que es mejor no levantarse del lecho, hacerse el enfermo, como cuando éramos niños y no queríamos ir a la escuela y nuestra madre, cómplice de nuestra desidia, nos dejaba seguir en la cama. Lo malo es que ahora quien ejerce de madre es el caprichoso destino, y no está por la labor de sucumbir ante nuestros deseos de desertar o huir de él. Y hemos de apechugar con nuestro particular “Armagedón”, donde se librará la más cruenta batalla del próximo amanecer. O lo que viene a ser lo mismo: “Cuando el cipote va pal culo, ya te puedes poner como te pongas, o esconderte donde te escondas, ten por seguro que terminas porculizado”.

Y después de arroyarte ese sañudo tren, como aquellas monedas que, de niños, poníamos en la vía para que las dejase planitas, planitas; después de dejarte mas chafado que un crespillo, viene la segunda y quizás la mas cruel, la más inesperada e insufrible de las partes.

Es entonces cuando, verdaderamente, te das cuenta de con quien y con quien no, puedes contar, es cuando se arremolinan a tu alrededor toda la bandada de buitres tiñosos y nauseabundos, esperando su oportunidad de sagudirte un despiadado picotazo. Es cuando todos aquellos que tenías como amigos, no solo se hacen el longui, sino que aprovechan la moda de hacer leña del árbol caído para calentar sus ignominiosas cavernas. Y, tras ellos, vienen los filisteos con sus legiones de esbirros, prestos a crucificarte, esperar a que la diñes, y volver a crucificar tus despojos (¡Una joya de amigos!, ya te digo).

Solo entonces, emerge, desde el fondo del corazón, la verdadera amistad, el cariño sincero, la auténtica solidaridad. Y los pocos - y tan pocos - amigos que te han quedado se esfuerzan en reflotar el pecio en que te has convertido, consiguiéndolo en muy contadas ocasiones. Aún así, cuando logras levantarte - si es que lo logras - cuando consigues reconstruir algunos trozos del ser humano que fuiste un día, cuando recuperas las ganas suficientes para mirar, sin lágrimas, una alborada, cuando tu autoestima alcanza unos niveles razonables y necesarios para reconciliarte con la vida, te miras en el espejo y no reconoces a la persona que te está mirando, algo ha cambiado, hay un brillo inquietante en su mirada, una mueca desconocida y extraña, ¡y un escalofrío recorre tu espalda!

Y vuelven a tu mente aquellos lejanos pensamientos de incredulidad, transformados, ahora, en preguntas que jamás se han de responder, y piensas en las personas que cavaron tu tumba, en los que te desmembraron como ser humano, en aquellos que debieron estar y que no estuvieron, ¡nunca! <<LA TRAICIÓN >>

Los pensamientos se agolpan en tu mollera, se aglutinan, se dan empellones hasta ofuscarte. Y es, en ese preciso instante, cuando se enciende una luz cegadora, una luz que borra toda la iniquidad que pretende apoderarse de ti. Es como si una bala de diamante atravesase tu mente. Y llegas a la reveladora conclusión de que no debes jugar a su juego, que nunca, ¡jamás!, “Nunca debes caer tan bajo, como para odiarlos”. No merecen ni uno solo de tus pensamientos…

J.S.P - 2008


1 comentario:

  1. Anónimo12:10

    Existen muchas clases de personas en este mundo. Debes haber tropezado con la clase mas rastrera
    que existe. No te desanimes, también hay muy buena gente, solo es cuestión de separar el trigo de las malas hierbas.
    Afrodita.

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Muchas gracias. JSP 3.0

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