jueves, 12 de febrero de 2009

"Buhoneros de la muerte"


‘Buhoneros de la muerte’

En realidad este artículo debiera llamarse ‘los señores de la guerra’, pero ese título ya estaba pillado. Señores de la guerra, ¿quién no lo es? Inmersos como estamos en una eterna contienda entre nosotros mismos. Siempre beligerantes, raza de seres autodestructivos. ¿Cómo hemos de extrañarnos de haber naturalizado la más inmunda monstruosidad de toda la historia de la humanidad? : El inmenso y ominoso comercio de la guerra.

Todo en este mundo se mueve o se moviliza en torno a este maquiavélico bussines: La guerra. Y lo de menos son los armamentos, los artefactos ideados para matar. Al final esos artilugios siempre necesitan de una mano que los empuñe, que los haga funcionar, cumpliendo, así, con la función para la que fueron diseñados: exterminar la vida. Pero existe un negocio ‘colateral’ que define conceptualmente la iniquidad enquistada en nuestra sociedad: el comercio de vidas humanas. Al decir vidas humanas me refiero a los niños, ancianos, mujeres y hombres indefensos que, en último extremo, son las mercaderías con las cuales se regatea en las mesas de compra-venta de armamento. ¿O es que acaso se trueca otra cosa que no sean vidas humanas?

Y no me vale aquello de que yo no disparo el arma, yo solo la vendo, son ellos los que se matan entre sí. Esa es la manera más hipócrita y absurda de justificar y lavotear las conciencias. ¡Menuda mierda de justificante!, no se lo creen ni ellos mismos. Como cuando éramos críos y falsificábamos las notas de ausencia en el instituto, para tapar nuestros novillos (Pellas). El profe no se lo creía, pero hacía la vista gorda, siendo, así, cómplice de nuestra falta. Aquí viene a ser lo mismo, nadie se cree la disculpa de los fabricantes de armas, pero todos hacemos la vista gorda, o no nos interesa el tema porque no afecta a nuestra familia o a nuestro país.

Pero todos sabemos que nuestras fábricas (Las de los países supuestamente civilizados) están a tope de trabajo produciendo las armas para que se maten, entre sí, unos pobres desgraciados que tuvieron la nefasta suerte de ser un objetivo primordial para el comercio de almas humanas. Y volvemos la cara hacia otro lado, no pensando en las consecuencias de nuestra forzada ignorancia, de nuestra hipocresía, del encallecimiento de nuestros corazones. La falta de coherencia para con nuestras creencias sobre los valores humanos, refutados por la frivolidad de nuestros comentarios sentados en nuestras surtidas mesas, mirando de soslayo los telediarios y soltando alguna ‘Perlita del Guadalquivir’ como ridículo y analgésico comentario para acallar nuestros pruritos morales:

-Cambia de canal, nena, que estos periodistas son tan oportunistas y asquerosos como unos buitres carniceros y sanguinarios -

Y Mientras la nena cambia la TV a un canal menos ácido para nuestras entrañas, engullimos, tediosamente, un suculento chuletón de ternera de Ávila, regado con un espléndido caldo de alguna famosa bodega de la ribera del Duero. ¡Que aproveche!,

Gracias.

Pero yo si veo las noticias, o las oigo, o las leo. Y leo entre líneas, oigo entre los silencios, veo entre las pausas de la información. Son clamores, llamadas de auxilio de nuestros semejantes, gritos lastimeros de unos seres que no pueden gritar, personas que mueren a parvás por todos los rincones de este deshumanizado mundo. Ya lo dije con anterioridad: ¡El horror!

Son los gritos del silencio, esos que no se emiten: lamentos de hombres sin aliento tras ser degollados, exhalaciones de vientres de niños al reventar por las hambrunas de la guerra, gimoteos de mujeres tras ser violadas como botín de batalla, lágrimas secas de ancianos apaleados junto a los cadáveres de su familia.

Son las voces de la guerra: el sonido agudo de un misil surcando los cielos cercanos a tu casa, es la atronadora voz de un cañón de gran calibre apuntando hacia tu calle, es el soplo infernal de un lanzallamas abrasando a tu esposa, o tus hijos o los hijos que nacieron huérfanos. Es el estridente e infernal tartamudeo de una ametralladora que trata de cazarte en cualquier esquina, es el frío del cañón de una pistola helando tu sien, o una mariposa de la muerte (Mina antipersonal) al ser pisada por un crío que jugaba a ser soldado.

Podría seguir, pero no voy a seguir. Creo que no sirve, absolutamente, para nada. Otros muchos, y mejores que yo, ya lo intentaron, entregaron sus vidas para no conseguir nada de nada. Es luchar contra un engendro del averno, contra la genética de esta raza de bestias que somos los humanos. Creo que aún faltan muchos años antes de que maduremos. Y aprendamos a respetarnos, aprendamos a considerar a los demás como a nosotros mismos, inculquemos en nuestros hijos el respeto por la vida humana. Valoremos lo imprescindible y preciosa que es cada persona, cada irrepetible existencia. Hoy por hoy, es como agostarse en un vasto erial de la sinrazón. Es una utopía. Pero las utopías nos enseñan a caminar, eso creo.

Tengo una pregunta para usted. Un programa de TV. Mucha gente de este país lo vio, yo no. Muchos tragaron con la farsa, yo no. Pero, entre muchas otras, el Sr. Presidente tuvo que zamparse doblada esta acertada preguntita:

- ¿Es cierto que vendemos armas a Israel? , ¿Es cierto que dichas armas sirven para masacrar al pueblo palestino? , ¿Es cierto que ayudamos a esos Judíos-Nazis a exterminar a los legítimos dueños de las tierras donde habitan?

- No tenemos constancia de que las armas suministradas por nuestro país se estén utilizando en ese conflicto. No se ha comprobado esa noticia. Y bla, bla, bla,… - Respondió nuestro presidente.

Solo añadiré una cosita:

- ¡Ya me engañaste, pibe! – Como dicen los canarios- ¡Ya me engañaste!

J.S.P - 2009

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