“Mors omnia vincit”
Juan Sánchez.
“Mucho por saco estás dando tú, para el poco cerebro que gastas”. Me decía un ‘colega’ esta misma mañana. O, talvez, era un servidor el que se lo decía a él. Conociendo mi singular estilo de ‘fortalecer’ una buena amistad, ando convencido que la segunda opción era la más cercana a la realidad. Sea como fuere, dicho estaba, y así quedaría para los restos del día. Flotando, en una cuasi aureola de buen rollito, macerando esas risas sin necesidad de explicación. Ambos nos vamos conociendo cada día un poco mejor. Que un servidor es bastante ‘Jodeor’, no me lo quita nadie. Pero aquellos que bien me conocen, saben que dentro de esa ‘matraca’ suele haber verdades como puños de acero y miel, para sobrellevar el lastre que supone esta absurda pero maravillosa existencia...
Decía Schopenhauer, que el valor más seguro de un ser humano es la opinión que se tenga de uno mismo. Que las opiniones externas, los comentarios, cotilleos o falsas realidades que se nos adjudican, nada tienen de certeza ni deben influir en nuestra vida, u obstaculizar la resolución de nuestra meta personal. O, lo que viene a ser cuarto y mitad de lo mismo: “Mientras la gente diga, yo me rasco la barriga”. Seremos mucho más felices y estaremos menos ‘condicionados’ en nuestra andadura, si somos capaces de anular esa influencia externa, que ‘vicia’ nuestro interior, hasta llegar a convertirnos en ‘yonquis’ enganchados en la etiqueta que nos ubica en su realidad.
“Nada es verdad, y nada es mentira, todo depende del color del cristal con que se mira”. Y la sociedad nos marca una escala muy angosta. Un baremo de cuños y casillas, donde resulta muy cómodo ubicar al personal. Una vez catalogados, nos sentimos mucho más seguros a la hora de relacionarnos los unos con los otros. Aunque en el camino de ese catálogo se seres humanos, más o menos aprobados para la socialización, no seamos capaces de ver el dolor causado y lo mucho que sacrificamos de nosotros mismos. Pero es muy cómodo, eso si. Todo bien ordenado y etiquetado para el consumo de nuestra ignorancia y el adocenamiento en la tradición.
Schopenhauer además, nos conmina a crear una realidad unipersonal, ajena a cualquiera conocida. Un ejercicio exhaustivo de imaginación para descubrir la irrepetible maravilla que atesoramos en nuestro interior. Individualidad elevada a la categoría de creación, sin dejar de lado la empatía y reintersección de los infinitos universos únicos de esta humanidad. En dos palabras: ¡personalidad! – La segunda palabra sería libertad de acción y elección. Cosa bastante más compleja, de momento- Conglomerado de individualidades, encaminadas y decididas a una coexistencia de respeto y tolerancia de cada singularidad que completa el tejido humano. Es imposible, lo sé, de ahí que dicho filósofo muriera rodeado de escasos amigos, en compañía de su fiel caniche, y apartado de esa humanidad que le encumbrara al reino de los teóricos tan reconocidos, más condenado al ostracismo social por su osadía de apostar por el hombre irrepetible.
Nos educan y controlan la existencia para servir de masa informe dentro de una sociedad vertical, donde todo está predefinido y planificado para ser meras réplicas sin esencia dispar. Verticalidad necesaria para la supremacía del director de escena: ‘el capital’. Los modelos de fotocopia se adaptan a los tiempos, siempre con la supervisión del controlador y su séquito. Los ‘elegidos para la gloria’, sirven de modelo al uso y como hoja de ruta de millones de personas castradas de su particularidad. La educación, la cultura, el reparto de trabajo y la economía bajo su férreo control, definen el entorno único donde habremos de sepultar nuestra vida. Nada es dejado al azar por un sistema que necesita nutrirse de seres de segunda clase, para mantener esa élite que encarna la divinidad en esta tierra de lobos y borregos.
Cierto emperador romano, solía organizar opulentas y libidinosas bacanales entre sus cortesanos. Justo en el momento cumbre de dichos ditirambos, cuando la mayoría de los comensales había perdido el sentido del pudor y la realidad, unos esclavos desfilaban entre ellos portando esqueletos humanos. La moraleja era evidente, rotunda, aleccionadora y alentadora de esas apologías de una vida sin freno ni control. Una magistral lección hacia sus coetáneos sobre la obligación de sentirse vivos y libres de toda atadura. Libertad que era representada por la certeza de la muerte, siendo portada esta por la propia esclavitud del ser humano. La vida es bella, pero demasiado breve para desperdiciarla siendo meras pantomimas de nosotros mismos.
El “Gran teatro del mundo”, decía Calderón de la Barca:
-Diálogo entre el pobre y el rico, tras su muerte-
POBRE.
Ya acabado tu papel,
en el vestuario ahora
del sepulcro iguales somos,
lo que fuiste poco importa.
RICO.
¿Cómo te olvidas que a mí
ayer pediste limosna?
POBRE.
¿Cómo te olvidas que tú
no me la diste?
- - - - -
NIÑO (Nonato).
Para lo que he de vivir,
Sin nacer he de morir.
Poco estudio el papel tiene…
“MORS OMNIA VINCIT”
¡La muerte siempre gana!
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