- Río Nilo -
Juan Sánchez.
El río, en su irreversible decisión de llegar al mar, hace de cada remanso una paradoja irrepetible, preciosa, precisa, inviolable y eterna. De una perfección casi divina, diamantina, imperturbable al chirrido de fondo que todo lo enmascara y corrompe. La eternidad de una sensación fugaz, la sensación de perpetuidad en cada instante que nos puebla y condena a vivir, sin dejar de soñar el mar. Aquella marea en-crispada acomete contra la fragilidad rocosa del alma, relame sus heridas y reinventa esa playa de arenas tibias y acarameladas. Es la condición de un ser humano sin posibilidad de evasión. Solo la lucha justifica la existencia del río, y esa necesidad de retorno al océano de la coherencia personal…
No cabe disculpa ni escudo de hipocondría. No valen manidas excusas ni retruécanos por y para la supervivencia. Nada de tangentes en el círculo de la vida, ni de velos convenientes para eludir la batalla. ”Las batallas hay que darlas, por el mero hecho de darlas” -José Luís Sampedro-... por la esclavitud de elegir que nos confiere el ser libres. Por la necesidad de revalidar esa libertad en cada paso dado o por dar, en cada mañana envuelta en esperanza para regalar a los bien nacidos, en cada mirada que reclama su condición de humanidad. Pero de eso no se puede hablar. No se debe hablar, no conviene alentar ese inevitable albedrío que lleva al mar.
Quizá esta crisis de moral extraviada y trincheras en el río, nos condene al paredón de una cotidiana nausea. El vértigo de sabernos despojados del disfraz y la falacia, tan convenientes para traspapelar el charco inmundo de una existencia alienada. Quizá la especulación, la avaricia del insaciable, el ludibrio de las alturas, la cuchufleta con que nos toleran, explotan y manejan, sean motivo suficiente para comenzar una revolución personal: la revuelta que dinamite todas las represas del conformismo y esa corrupción consentida, que nos impiden ser nosotros mismos. Quizá sea hora de poner nombre a la porquería, nombre y apellidos, y rejas y cárcel y destierro de nuestra vida. Y entender que la mierda apesta, aunque cabalgue sobre dragones de rojo oropel, y use carísimos publicistas del vómito de rata al mentol más distrayente. Dejar de sentir esa admiración cateta, por aquellas/os calaveras que galopan sobre el sacrificio de nuestra gente, ¡nuestra y no de ellos!
Harto está el río, muy harto de sueños embalsamados por la hipocresía. Harto de caras dobles o triples, de cobardes con piel de sapo cancionero, de comemieldas que tiran la piedra y esconden la jeta, de inmisericordes diablillos cojuelos bajo el palio del compadreo. Harto de cambiar pañales a los criajos, de sentir el desprecio de aquellos que te adulan en la cresta de la ola y te crucifican cuando suena el pito de contramaestre. Harto de decrépitos impotentes de pensamiento, palabra, obra y una omisión por los caídos a su paso. Harto de tanta ‘felatriz con puñal’ y tangenciales palanganeros de su codicia, harto de dobleces y solapas de quita y pon según el viento, harto de teleñecos, marionetas y títeres sin cabeza, o sin riñones. Harto de medio-tíos, de caponatas en el corralito del poderoso, de busconas, y buscones, renegados de si mismo. Harto, en definitiva, de servir de excusa y proyecto para la venganza de los paranoicos, y del mercadeo de trapos sucios y de gilipuertas sin el menor rastro de sensatez. Harto de perros embozados, acomodaticios, clientelares de esa ceguera apañada. Harto, de ¡capullitos en la alta mar! Pero hay que seguir adelante, y dejar atrás la tormenta del despojo social hervido en la olla del mafioso, el corrupto o el miserable (Morralla de la misma ralea). Olvidar aquellos encontradizos ‘meandros’ de conveniencia y servilismo heredado y poner proa hacia uno mismo…
El río sigue su curso. Adolece de un alzheimer premeditado e incurable. Nada recuerda, salvo su voluntad de avanzar, su necesidad de ser mar y elegir una playa donde el sol no vuelve la vista atrás. El río es libertad, es sueño y esperanza, es una gaviota que dejó de llorar. Y que le vayan dando mucho por allí al velero decadente de la falsa libertad. Que las gaviotas no conocen de vanidosos dueños, ni del humo de la banalidad.
Como dijera el gran Antonio Machado:
“Caminante no hay camino, se hace camino al andar. Al andar se hace camino, y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar. Caminante no hay camino, sino estelas en la mar”
… aún así, y siempre, sin dudarlo, llamarse Juan.
Que decir Juan?Que decir?...Además de verdades como puños, y no hay que ser clarividente sino tener un poco de sentido común para verlas y contarlas...dichas desde una visceralidad latente pero con sentido...MI mas sincera admiración, amigo Juan...Como siempre das de frente y en el centro de la diana...un abrazo
ResponderEliminarAlfonso:
ResponderEliminarCreo que la única manera de decir las cosas es de frente. Lo otro: los rodeos, los circunloquios, o la mirada pedida en un piélago de 'conveniencias' políticamente amansadas, no deja de ser parte del juego sucio de los miserables en el poder. Hay veces que extraviamos nuestra fe, o necesitamos recargar las pilas desde una introspección reconstructiva de nuestra senda, y retomar la lucha eterna contra la esclavitud acomodaticia y la indolencia hacia los nuestros. Ahí estamos, anímicamente repuestos,o eso espero.
Mil gracias. Un fuerte abrazo.