jueves, 21 de enero de 2010

'HAITÍ 7,3'

Haití – 7,3

Haití clama al cielo, pero el cielo, hace tiempo, se quedó sordo como la tapia de un cementerio. Parece que ese cielo prometido nunca ha existido entre nosotros, los terrenos. O de existir, está reservado para ciertos entes etéreos o incorpóreos e igual de sordos y helados que los que moran de tapias para adentro en la casa de los muertos. Haití no se muere por que ya estaba muerto, y solo transitaban por sus calles incontables seres sonámbulos o cadáveres vivientes: 'Zombies' que se resistían a morir consolados por aquellas inmundicias que ellos engullían cual maná del infierno y que nosotros llamaríamos bazofia para perros.

El cielo se ceba, invariablemente, con los más desfavorecidos, con los penitentes por los pecados de los necios, de los soberbios, los irresponsables, de los avarientos, de los casasolas, de los muertos ciertos: nosotros los que vivimos en el supuesto primer mundo: mundo de sordos, mundo de cadáveres sepultados bajo la abundancia. Abundancia de mentiras, de superficialidad, indiferencia, hipocresía, diarreas mentales y muy poca humanidad. Haití ya estaba muerto antes de temblar la tierra, antes de que los dioses quisieran jugar a dar una vuelta de tuerca más a las entrañas de los haitianos; Haití era el cementerio donde enterrábamos, nosotros los gilipollas del mundo sin hambre, nuestras miserias humanas más inconfesables. Haití era nuestro cementerio.

Pero el cielo reparte las cartas y nosotros jugamos esta partida de los idiotas, los cegados, los lelos. Unos llevan los triunfos, y otros los culos secos. A pesar de todo, la vida sigue, el mundo sigue, los bobos siguen siendo tan bobos, los pobres más pobres que nunca y los ricos más enganchados por su avaricia. Los haitianos son pobres, ellos no eligieron su nacimiento, nunca desearon vivir entre carroña y porquería. Fueron sus responsables sociales los encargados de construir aquel infierno donde penaban por los necios, o los sacrílegos del género humano: los políticos. Y el resto del mundo volvía su mirada hacia ellos como diciendo: pobrecillos los negrillos, pobrecillos. Y nada más, solo eso, solo lamentos huecos entre galletas de arcilla, paja y rancio sebo para reventar las tripas de unos niños ciegos.

Entre tanto, tiembla la tierra y los medios de comunicación de todo el mundo se hacen eco de la noticia; se desgañitan a los cuatro vientos de las ondas hercianas para poner en nuestra mesa los restos desgarrados de los haitianos a modo de segundo plato, aderezado con todo lujo de personas aplastadas y niños destripados entre los escombros de miles de aquellas inmundas chabolas que les servían para guarecerse de la mala leche del tiempo. Y el tiempo está loco, y se encarniza con los desprotegidos del cielo, y, no teniendo bastante con ello, hace temblar los pilares del mundo para masacrar a los inocentes, los buenos. Y todos nos damos golpes de pecho, nos horrorizamos con los despojos de innumerables cuerpos desmembrados. Como paralizados ante tanto horror, como cogidos en un renuncio de nuestra propia existencia, como ignorantes de tanta desgracia, como hipócritas fariseos que reniegan de esas miserias.




La acción global de ayuda a los damnificados va tomando protagonismo en los medios. Haití se nubla con oleadas de artilugios que sobrevuelan sus cielos emponzoñados por la atmósfera malsana de la putridez de los cadáveres. Y los que respiran esa infecta nube, poco a poco, se van convirtiendo en una masa informe y caótica de despojos humanos que luchan por sobrevivir entre la turbamulta y la rapiña que se ha apoderado de las inexistentes calles de Puerto Príncipe… A mi, sinceramente, todo esto de la ayuda internacional a ese país abandonado de la mano de todos los ‘dioses del Olimpo' y más allá, me está sonado a camelo. A un servidor le parece que tenemos, todos, un ‘cuajo’.

Aquellos otros, los haitianos, abanderados de la revolución racial en el nuevo continente, han heredado al mismo tiempo toda la locura emanada desde el corrompido corazón de las ominosas sanguijuelas rompe-patrias. Un mundo, el suyo, aniquilado entre todos sus explotadores y relegado a la anarquía social, que ha sido olvidado durante muchos años por la comunidad internacional en pleno, y solo asistido, dentro de la modesta operatividad que les confieren los escasos recursos económicos de que disponen, por un puñado de hombres y mujeres solidarios (ONGS) que hacían de su empeño y de su dolor por los haitianos, una forma transparente y humana de entender nuestro mundo. Ahora, tras la hecatombe tectónica, tras su repercusión en los medios internacionales, tras hacer de la solidaridad una cuestión de ‘cojones’ (Lo digo por sus serenísimas majestades imperiales: los yanquis) todos se ponen en la fila de los ‘indios’ voluntariosos para apabullar al mundo mediático con muestras refritas de una ayuda plastificada, que tiene muy pocos visos de humanitaria y mucha fachada de propaganda política destinada a ulteriores dominaciones y compromisos económicos, cuando no al reparto del botín caribeño, para seguir como siempre: explotando hasta la sangría el alma y las entrañas de los haitianos.

Le comentaba a un buen amigo, entre apenado y sublevado, que el pueblo de Haití ha sido bendecido por los dioses del cotarro internacional, que, gracias a esta inmensa desgracia del terremoto, muchos de ellos, la mayoría, van a poder digerir algo que se puede llamar comida. Gracias a esta última plaga para su país, los supervivientes van a disfrutar de una vida que puede asemejar en algo a la de un ser humano. ¿Durante cuanto tiempo?: lo que tarde en pasar de moda este invento de solidaridad mediatizada, claro. En el momento que Haití deje de ser noticia, en el justo instante en que los índices de audiencia comiencen a evidenciar que esa catástrofe ha dejado de producir beneficios y rentas políticas a los inventores-directores del mangoneo mundial (Los políticos faltos de vara y más vara), en ese preciso momento, se acabó lo que se daba, se murió el padre de la solidaridad. Y los haitianos, como siempre, volverán a ser una masa infrahumana sin ningún interés social, olvidados por todos, excepto por los títeres al frente de su gobierno que habrán hinchado sus faltriqueras con este negocio de la ayuda internacional.

Y la orquesta de la desgracia volverá a tocar para ellos, o para otros muchos millones de infelices que son marcados con el hierro del olvido y la miseria, hasta que les interese a los señores y amos de sus almas. Punto.

J.S.P 2.1 - 21-1-2010

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