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-El 'Nino Nanetti' era algo similar a este palacio ubicado en el castizo barrio de Chamberí- |
Juan Sánchez.*
Tengo una certeza: mis dudas; como compensación también dudo
de mi certeza. Es el equilibrio universal. Eso que hemos inventado los humanos
para cuadricular el círculo incierto de la existencia. "Dicen que la distancia es el olvido, pero yo no concibo esa razón,
porque yo seguiré siendo el cautivo de los caprichos de tu corazón".
Magnífico bolero (La
barca) de los que ya no se bailan, ni se escuchan,
ni se sabe que existieron. La distancia, al menos en el tiempo, nunca será
olvido. Y la sombra de una duda, aquella que nos presentaba el genio, Hitchcock, atiniebla nuestra frente a
partir de ciertos encuentros que mejor no haber encontrado nunca, ni la madre
que los trajinó...
Echo de menos la certeza y la inocencia. Aquella realidad
sin sombra, cierta, uniforme, de una sola lectura. Y aquella inocencia
alimentada por unas ganas irreprimibles de vivir, chapotear en el arroyo
mismo de la vida y gritar al viento nuestra infancia. Eso era estar vivo, y no
importarnos un pijo todo lo que no fuera jugar a imaginar, embobados por una
realidad de nuestro tamaño con ‘monstruos’ de tebeo o de trapo tan inocentes como
nosotros. Monstruos buenos de quita y pon, con sombrero de copa, capa de
chupasangres y garras filosas que nunca llegaron a desgarrar el sueño.
Adrenalina al galope para huir del espectro imaginado. Hoy los monstruos son
reales, se puede sentir el latido de su maldad en cada corazón humano infectado
por la mezquindad.
Entonces, allá por los deslumbrantes años de la niñez, no
nos preocupaba toda esa monserga de ‘mayores’, y andábamos inmersos en nuestro
mundo tan particular, el mismo que habían extraviado los adultos. Nuestra
rutina se plegaba sobre sí misma en cada nueva aventura. En cada matadura en
codos o rodillas, en las cicatrices de mercromina de una guerra de mentirijilla.
Los días pierden aquella luminosidad según avanza la penumbra, la niebla de los
años. Entonces no había más preocupación que salir airoso tras la travesura; si
llegaban a enterarse nuestros padres. Pescozón y vuelta al ruedo, y nuevamente
a la calle. Bocata aprisa por no perder el hilo de la hazaña con tirachinas,
algún colega perruno y mil escaramuzas de risa.
El abuelo, hombre curtido en la crudeza de lidiar con el
hambre, el tío que más huevos tenía de todo el pueblo, era pollero y huevero, nos
daba cuartelillo de cuando en cuando, y algún pescozón también: ¡te vi hartar
yo de salirte de la fila! Pero era la abuela quien cubría la retaguardia a la
troupe, cuando la cosa se ponía algo tizná. Tenía un gran surtido de disculpas
para tapar a los púberes polluelos, dentro y fuera de la pollería-huevería ‘La
Murciana’. Pero el abuelo, que era cojonudo pero gastaba un geniazo a prueba de
guardia civil en tiempos del estraperlo, no andaba con rodeos cuando agotaba su
paciencia. Se la agotábamos nosotros, claro; pim-pam, la certeza de dos getazos
si te enganchaba, remataba la revolución de los pantalones cortos, y a otra
cosa mariposa. Ni te traumatizabas, ni ná, ni te hacia falta apoyo psicológico,
ni ná. Lo merecíamos, si lograba pescarnos en la fechoría, pero nunca hizo por
pescarnos. Las más de las veces nos sentábamos a su vera para ser custodios de
las batallitas de ‘su’ guerra. Boquiabiertos por sus aventuras tremendas. Aquella
guerra de los piojos y la miseria en la trinchera. El abuelo tenía la sabiduría
de suprimir en su relato todo el dolor y sordidez de aquella puta guerra
fratricida, restando miedos y rabia, filtraba las penurias destilando las
anécdotas risibles y asimilables por cualquier criatura, nosotros. Entre tanto,
en la diminuta cocina de carbón, lloraba la abuela recordando lo que no contaba
el viejo, sintiendo en su carne aún vivo el sufrimiento de aquella demencial y
maldita contienda.
En las largas noches de verano, agotados los argumentos de
la fantasía, pancillenos tras la inconmensurable ensaladilla rusa de la abuela,
y su tarta de manzana solo apta para golosos incorregibles, dioses paganos,
críos y algún adulto que nos ‘robaba’ nuestra ración de gloria diaria, solíamos
sentarnos en la galería del edificio de ‘casas baratas’ del régimen.
Pertrechado cada cual de su silleta de anea, nos apostábamos a alimentar
nuestra ‘ideología de travesuras’ en la inagotable fuente de conocimiento del
abuelo. Incluso, alguna de aquellas noches eternas, el vecino, Antonio, gran
erudito de la historia patria, doctor autodidacta en la dinastía de los
Austrias, y etc, en compañía de sus retoños y esposa, se apuntaban a la
refresca nocturna. El vecino solía derivar la charla,
premeditadamente, hacia sus erudiciones ‘austríacas’. Rollo
‘cansino-cultureta’, y tal. Se internaba en sus dominios y no tenía medida ni
control, se cegaba de tal manera que el apelativo de cansino, aún por inventar,
se quedaba ridículo: ¡te reventaba! Entre tanto el abuelo aumentaba el ritmo de
‘meneo’ de las rodillas. Inequívoco indicador de que se estaba empezando a rebasar
el límite de su paciencia. El motor que ponía en marcha su geniazo empezaba a
notarse en su rostro, sobre todo en su voluminosa narizota que adquiría la
tonalidad del pimiento al rojo vivo. Nosotros, conocedores de aquella ‘válvula
de presión’, entre risillas y codazos, ya no atendíamos al cansino histórico,
nunca mejor dicho, sino al ‘vapor’ del abuelo. Y nunca nos defraudaba:
-¡ANTONIO! -soltaba a bocajarro el viejo- mira lo que te vi
a decir, ¡¡TIRA A TOCARTE EL CAPULLO PORÁHI YA!! Tira pa tu casa, cansao, que
eres un pessao, y déjanos tomar el fresco en paz… tío cansao el tíoelcapullo.
Ya te digo, el abuelo nunca nos defraudó. Sabía
perfectamente lo que necesitaba una mente infantil: alimentar su imaginación. Y
fue entonces, tras la retirada de aquel buen hombre y su prole en estampida,
Antonio el plasta -no sé si sigue vivo, en todo caso, vaya mi más sincero
abrazo para ti y tu familia-, un buen hombre pero cansino como él solo, cuando
nos relató el abuelo la historia del ‘Nino Nanetti’...
"El Nino Nanetti": Un palacete de los años veinte,
creo, estilo modernista, creo, a nosotros nos daba lo mismo, destinado a servir
como residencia-refugio para el sumo pontífice durante la contienda mundial, que
nunca acogió entre sus muros de piedra inmaculada las ‘dudas’ del papa Pío XII
sobre su cuestionable ‘neutralidad a favor' del eje fascista. Cosa rara llamar
a un palacio papal con el nombre de un consumado comunista, ¿no? (‘Nino
Nanetti’: comandante de
milicias durante la guerra civil
española. Dirigente de las Juventudes Social-Comunistas italianas). Más
misterios por resolver. En todo caso, la historia del abuelo relataba unos
espeluznantes lamentos de ultratumba, ululantes presencias espectrales y
chirridos de cadenas herrumbrosas al ser arrastradas por los misteriosos
recintos del tétrico palacio. Fantasmas condenados al mundo de los no-vivos, de los no-muertos, vagaban
reclamando carne humana tiernecica… ¡uuuhhh!, la nuestra, claro. Contrariamente
a lo pretendido por el abuelo: cagarnos de miedo, aquel relato alucinante excitó
nuestra curiosidad haciendo de aquel caserón insulso una fortaleza por
conquistar de inmediato. Pocos días más tarde, ya ultimada la estrategia para
el asalto, llegaron unos aguafiestas a derribar el palacio. Las brigadas municipales
de Pozuelo y una voladura controlada hicieron escombros el caserón, dejando una
batalla de la imaginación por resolver. Pero sabéis, justo un instante antes de
la voladura, oímos un grito desgarrador emergido desde un mundo paralelo, que
nos heló la sangre y hasta las playeras: - ANTOOONIO, ¡TIRA A TOCARTE EL CAPULLO YAAAA!!!... Cosas
de ultratumba, creo.
Saludos para casi tod@s.
Nota del autor: No he podido encontrar ninguna
imagen del mencionado palacete, si algún lector dispone de alguna, le
agradecería inmensamente me la hiciera llegar. Gracias.
*"Relato-ficción basado en vivencias personales
del autor"
Pues ...mágicas vivencias que en algunos puntos he compartido en mi infancia...sin duda...esos abuelos...con muchos "huevos", fueran o no hueveros...nos enseñaron sobre todo honestidad y bravura...Con tu permiso lo compartí con amigos en google+...un abrazo, Juan
ResponderEliminarAquellos abuel@s: Seres humanos curtidos por el coraje de mirar a ese 'morlaco' de la vida, directamente a sus negros ojos, y encajar con compostura y la cabeza muy alta, las 'cornadas' del hambre, el sufrimiento y la realidad tal y como les tocó en dolorosa suerte tener que lidiar (Permíteme el símil taurino, mi abuelo era un gran aficionado)...
ResponderEliminarMil gracias por compartir con tus amigos. Un fuerte abrazo, Alfonso.