jueves, 20 de enero de 2011

"El pulpo, la sepia y el lenguado" 1ª parte.

Como casi cada mañana, temprano, me gusta madrugar, ver salir el sol, el albor me resucita, me posibilita cada nuevo día. Como casi todas las mañanas, salgo a la calle aún sin ser de luz y encamino mis pasos hasta el centro del pueblo. Hace un buen rato las mujeres del establecimiento se han puesto a trabajar, madrugan más que yo. Casi todo el mundo madruga más que yo. Casi todo el mundo. Pido mi café. La camarera, María, ya sabe que me gusta muy cargado y con dos sobres de azúcar. Goloso, no, me encanta el azúcar en el café, solo eso. Su madre, una dama entrañable, sencilla, de las de antes, de las que sonríen a pesar de ver caer chuzos de punta, encargada-jefa de hacer unos riquísimos buñuelos con receta y dedicación antigua, también sabe que me gustan algo pasados de frito, tusturrados, crujientes, que se deshagan en la boca al hincarles el diente, justo antes del primer sorbo del mieloso café. Por eso, ni siquiera he de pedir nada, solo me siento en una mesa al fondo y ellas, madre e hija, me preguntan si lo de siempre. Yo asiento con un esbozo de sonrisa, justo la que queda en mis labios a pesar de tantos sobresaltos del día a día. Ellas se lo merecen, es justo corresponder a su amabilidad y sus atenciones en igual medida. Suelo ser bastante justo, si me dejan.
Parroquianos habituales de la churrería entretienen, alargando el café, casi eternizando el momento, la hora de su incorporación al jodido y peor pagado puesto de trabajo. Los hay de índoles diversas, desde jardineros de calzas verdes hasta alguna mamá que deja dormir a su retoño dentro del coche, bajo su atenta mirada, para tomar aprisa un reconfortante desayuno y hacer acopio de fuerzas para el largo día que se avecina. Unos churros y un chocolate, para compensar todo lo que haya que compensar, que será mucho. Pago mi desayuno y me despido del calor del café y de los chascarrillos de María, que amenizan nuestro despertar entre tazas de risas y ruedas de churros y chocolate para calmar el hambre de dulce de los hombres errantes.
Abandono el local y enfilo mis pasos pausados al ritmo de las bocanadas al primer cigarrillo de la mañana. Casi paseando, pero con prisas por llegar a la hora en punto del sol. El aire frío del invierno ejerce de navaja bandolera sobre mi cara, y limpia, neutraliza, la corrosiva maraña de pensamientos que la noche dejo adheridos a las arrugas y las ojeras de mi semblante desquiciado. El viento del norte se cuela por entre los callejones y adiestra los sentidos en el arcano arte de la observación, y la alerta ante aquellos entes sin nombre que habitan en la impenetrable oscuridad. Tímidos, casi clandestinos, asoman sus fauces por debajo de algún vehículo cubierto del sombrío y chispeante manto de la noche. Pero sus maullidos los delatan, y dejan de ser enigmas de ojos refulgentes para adoptar las in-formalidades de gatos encelados, que se desdicen del horror que habita entre las sombras mediante carreras precipitadas, discusiones viscerales e ingrávidos mechones de pelo navegando sobre la pegajosa negrura, iluminados por los restos de una luna que se niega a recoger sus cabellos erizados en plata desnuda. Los llamo, a los gatos, y me miran fijamente, sorprendidos de que me entrometa en sus cortejos. Dirán unos a otros: qué le pasa, qué le pesa a este tipo que no sigue su camino y nos deja a lo nuestro. Imagino, yo diría algo similar a eso.
Se oyen rugidos en la lejanía. Alguna maquina barredora que comienza a devorar la falta de civismo y de educación de los viandantes de la jornada pasada, y cada mañana, los restos de nuestra inmunda existencia, alimentan a la bestia mecánica que parece insaciable en la ruidosa glotonería de sus devaneos por las callejas del pueblo. Solo un momento entre los rugidos irascibles de los lascivos felinos y los maullidos metálicos de esa máquina que engulle, sin hartura, los pecados de esta absurda e irresponsable humanidad. Y sigo mi derrota hasta ese próximo puerto del mar o, talvez, no tan cercano…
Juan Sánchez – 20-1-2011

4 comentarios:

  1. Si el principio del día, lo tuviera de esa manera, me daría por satisfecha.

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  2. Bonito relato ellas las dueñas de garito donde se tomaba el tipo el café, me gustan..

    y es un relato agradable.... y promete..

    lo seguiré..

    Un saludo J

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  3. Elena:
    No creas, no todos son así de entretenidos. Cada amanecer tiene sus 'misterios', aunque todos coinciden en apostar por un nuevo sol. Gracias.
    Besos.

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  4. Estrella:
    Realmente lo son, existen, son personas vivas, en todos los sentidos del término. Son geniales, en serio. Te hacen renacer, lo quieras tú, o no. Ojalá hubiese muchas personas como ellas.
    Saludos.

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Muchas gracias. JSP 3.0

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