jueves, 17 de junio de 2010

Trece para siete - Escena segunda


Escena segunda

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Miro lejos, sin ver la proximidad. Ese ha sido siempre mi gran error. Por ello, casi me paso de largo, me paso de ciego. Allí, entre las piedras, cerca del corazón para la esperanza, yace muerta una gaviota argéntea. La miro con amargura, con dolor propio de gaviota viajera. Y me acerco a ella, o él, y veo que aún se aferra a la vida con ganas de volar inquieta. Bajo hasta su gran altura. Sus ojos me miran con cierta extrañeza, dudosos cristales de vidas paralelas. Pienso, al verla allí casi tiesa, pienso en sus derrotas por los mares en tormenta, por ríos de agua dentro del agua quieta. Y lloró por ella. Baja mi mano que, sin poder impedirlo, acaricia su cabeza,… ¡sus ojos destellan!. Mil veces por segundo, mil veces en cada centella. Poco a poco, comprende su condena, se muere y un humano está, ¡tan cerca! Piensa ella, o él, que los hombres no son justos caminantes, que no son amigos de nadie, que jamás serán guardeses fieles de una libertad sin venenosas saetas. Quizá lleva razón, talvez su mirada sea cierta. Pero sigo acariciando su rendida testa, y la mía se rinde al verla casi muerta. Su pico amenazante deja de ser arma para la guerra, e intuyo en sus últimos estertores, intuyo su belleza…

Nada, ¡nada! puedo hacer por ella. Me siento inútil ante aquella escena. No se qué decirle, cómo socorrerla. Se muere y yo muero un poco, mucho, con esa muerte tan cierta. Todos palmamos un trozo del alma cuando muere la libertad en algún lugar de la tierra. Pero sus ojos me dicen que retome mi singladura, que ella, la que fuese reina de las tormentas, ya ha cumplido su ciclo, ya sueña con otros cielos, otras tormentas. Quiero creerla. Quiero hacer de esta fugaz amistad con los ojos de una centella, mi guía, mi sendero, mi alma ¡mi meta! Y muero con ella. Y, durante su agónica presencia, me introduzco en sus venas. Y soy gaviota. Soy esa mirada incierta. Ella me acaricia con una promesa, de vuelos nocturnos hasta su luna primera... luna y leyendas eternas.

Me alejo de ella. La dejo en la orilla, muriendo, inevitablemente muriendo, renaciendo en alguna ola con cresta. No miro atrás, no quiero romper su mirada, la mía, con ojos de penas secas. Su libertad está tan cerca. Y me alejo pensando en lo que ha de pensar ella: un humano que canta al son de un rayo entre la galerna. Quizá no sean tan malos, quizá renazca una esperanza para esta raza de bestias…

Vuelvo al comienzo de mi jornada, cuando una extraña luminaria de fosforescencia, ilumina desde el abismo, mis pasos nebulosos de somnolencia: ¡una luciérnaga! Todo pinta de oscuro hasta que sabes de tus errores, de tus torpezas. El lienzo de ese pintor extraño empeñado en ocultar la luz del mundo. Y hay tantos mundos… como hay de ensueños, como seres nacientes, en esta odiosa-bendita tierra…

JSP 2.1 - 17-6-2010

4 comentarios:

  1. Esa paloma mi querido, te regaló algo más que su último minuto sabio, te ha dado lo "oído" en sus múltiples e infinitos vuelos, será que a ti, ahora, te corresponde devolver la gracia "aplicándolo para oír, poner la atención en lo que se oye..." dice por ahí, una Academia Real que a eso se le llama escuchar...

    Esto no es ficción, ni es relato... es pura poesía mi niño;
    No oyes su rima distraída?
    Abusa de la escucha y el "prestigio de longitud" que le hemos dado a las palabras largas...

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  2. Son muy sabias las gaviotas....y l@s buen@s amig@s, también. Mil gracias. Besos.

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  3. Si, hay luz...ha vuelto.
    Besos.

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Muchas gracias. JSP 3.0

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