jueves, 15 de enero de 2009

'EL CORONEL KURTZ'



El Coronel Kurtz

Enormes llamaradas devoran el lujurioso e impenetrable manto esmeralda, mientras los ‘Pajarracos’ sobrevuelan sus límites en busca de presas. Martillean estridentes las ‘Cerdas’ (Ametralladoras MG-42), acompañadas, a modo de sintonía, por los acordes del fin (The Doors, The End). Apesta a NAPALM por todas partes. El olor de la victoria, la sangre de las Valkirias, el dragón ciego del resplandor y la muerte. Poco a poco, la sicodélica melodía se va disipando dando paso al silencio, solo roto por el sincrónico batir de las alas de uno de aquellos pajarracos. Rumor que va creciendo sobre la infecta y caótica habitación hasta fundir su aleteo con las aspas del agonizante ventilador. Una figura se retuerce entre infernales pesadillas, empapado por el agrio sudor que invade la estancia. El hombre se levanta del lecho hirviente y, apartando la mugrosa persiana, mira por la ventana hacia la bulliciosa y anárquica avenida:

- Saigón, ¡MIERDA! – Vomita el capitán Willard. (Martín Sheen)

Este es el excéntrico y, a la vez, magistral comienzo de ‘Apocalypse Now’,esa dolorosa, molesta e insuperable obra cumbre del séptimo arte, dirigida por el maestro de ceremonias ‘Francis Ford Cópola’. Quien casi se arruina en su empeño por hacer esta trasgresora versión de la demencial y absurda guerra de Vietnam (Todas las contiendas lo son, pero esta en concreto, traspasó todos los límites).

Y como él mismo dijo:

- Esto no es una película sobre Vietnam, ¡Esto es Vietnam!

El rollo va, (Para los neófitos de este film de culto) sobre la

persecución y caza de uno de los altos comandantes destinados en Vietnam: El Coronel Kurtz. -Interpretado por el tan genial como

caprichoso y engreído Marlon Brando-

La trama se desarrolla como una peregrinación a lo largo de un afluente del río Mekong (Al sur de Vietnam). El viaje se va transformando, de modo sugerente y excitante, en una lucha por la persistencia vital de sus protagonistas. Un recorrido ascendente por el surrealista y mortífero brazo de agua, que transporta a los personajes más allá de los límites de la selva oficialmente permitida. Los adentra, inevitablemente, en los laberintos de sus propios miedos, conformando una amalgama de sentimientos enfrentados, que derriban todas las barreras de la sociedad convencional, dando rienda suelta a los oscuros fantasmas del más cruel de los pensamientos humanos: la guerra entre nuestros demonios personales.

Es un viaje al interior de los personajes. Una travesía histriónica por los hipócritas convencionalismos sociales, que son dinamitados por las circunstancias en que, ellos, se ven inmersos, siendo partícipes del alumbramiento de una ética distinta, una filosofía vital carente de todas las barreras morales basadas en el miedo o la represión. Un éxodo de la razón humana, que parte al encuentro de sus emociones más primigenias. La lucha por la supervivencia en su más cruda y diamantina manifestación animal: El reptil que habita en nuestras capas mas profundas.

Así se comporta el Coronel Kurtz, un hombre que ha perdido todos los frenos sociales y actúa, al mando de sus tropas, como un semidiós irreverente y fuera de todo control.

Aquel hombre perdió el ‘norte’, o quizá lo descubrió. Conoció una realidad ancestral, traspapelada entre los rancios avatares de nuestra caótica sociedad. Sus jefes mandaron al asesino oficial (El capitán willard), experto en faenas, porquerías e ignominias, a liquidar al pobre demente, al ser aberrante que había roto las cadenas de la cordura; o tal vez no. Y lo encontró. Lo encontró porque él quería ser encontrado, quería poner fin, sin pedir perdón, y punto.

Es posible que la cordura habite en la mente de los, supuestamente, locos;

y nosotros los, supuestamente, cuerdos solo seamos una imagen distorsionada de la realidad. Una realidad, las nuestra, que nada tiene que ver con la sabiduría, la justicia o la compasión.

Solo los seres al borde del abismo, son capaces de evolucionar, de superarse, de crecer. Y la vida, la naturaleza, la realidad nos pone periódicamente al borde del abismo, cuando no quedan más cojones, cuando la situación se vuelve insostenible, cuando nuestra propia esencia se rebela contra la contaminación del corazón y el alma humana. Estamos corrompidos, podridos hasta los tuétanos, infectos de pensamientos malsanos, de ideas antihumanas, de sensaciones viciadas por los placeres de la materia, ¡y la materia se pudre!

Antes de etiquetar a otros con un código de barras que ponga: ‘Este tío es un loco”, deberíamos buscar en nuestro interior aquellas partes que nos están pudriendo. Todos somos pudrientes de algo, solo hay que saber buscar. ¿No pensáis lo mismo?. Nos gusta mucho poner etiquetas, nos encanta tener catalogados a nuestros congéneres. Nos da pavor no saber quién narices es nuestro vecino, nuestro compañero de oficina o ese contertulio del bar. Es el temor animal a lo desconocido, el pánico hacia lo incontrolado, el sentido de la supervivencia que nos atiborra de adrenalina para salir corriendo, cuando intuimos el ‘horror’.

Pero estamos muy cómodos y relajados cuando conocemos a los demás, o pensamos que los conocemos. Cada cual lleva su pegatina de control en la frente, y así sabemos a que atenernos. Es el miedo que nos urge a la auto defensa, a armarnos de una cachiporra por si las moscas, y esa cachiporra es la etiqueta que le hemos colgado en la chepa a nuestro vecino. Y ya sabemos de qué va. O, no. Siempre hay sorpresas, ¿verdad?.

En fin, ya hubo una persona que dijo algo parecido, creo que hace algo más de dos mil años:

‘Hay quien busca la paja en el ojo ajeno, sin ver el camello en el suyo propio'

FELIZ AÑO 2009

J.S.P

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